miércoles, 19 de septiembre de 2012

La Batalla del Hombre Libre (Primera Parte)

El sol despierta en el horizonte, tímidamente uno de sus rayos se cuela por los barrotes de la celda donde un guerrero yace en sueños de profunda libertad. La luz comienza a bañar su cuerpo dolorido y marcado por las heridas de demasiadas batallas, las cuales pensadas ahora fríamente debieron ser innecesarias, pero que aun así acontecieron e hicieron de él lo que hoy es.

En su sueño, se haya en una verde pradera disfrutando de lo que le rodea. Reposa sobre la hierba fresca mientras se embriaga con el olor de las flores donde las mariposas parecen danzar al son del canto de un pájaro posado en un cerezo en flor. La brisa por fin puede acariciar su piel, no existe ni siquiera el recuerdo de una armadura que cubra su cuerpo. El agua fresca de un río cercano limpia sus manos que ya olvidaron el peso de la espada y estar manchadas de sangre. Un ciervo, a su lado, bebe tranquilamente en su presencia. Con sus manos aun húmedas del mismo agua que el ciervo bebe, le acaricia el cuello, pero el cuello está frío, lo aferra con fuerza y se despierta sobresaltado con la empuñadura de la espada en sus manos y empapado en sudor. -"Todos los días igual. Maldita esperanza sin sentido."

Clavando la punta de la espada en el suelo, apoya el peso de su cuerpo sobre la misma y se levanta. Sus músculos se resienten del cansancio. Como cada noche, Morfeo ha decidido no brindarle el letargo más de lo necesario. Se cubre con su sayo, la capucha sobre la cabeza solo deja entrever unos ojos perdidos en la inmensidad del pensamiento. Da el primer paso hacia la puerta y el ruido de las cadenas devuelve sus pensamientos a la realidad. Abre la puerta, el frío estremece su cuerpo, el sol brilla tímidamente, las primeras gotas de lluvia se derraman desde el cielo. Una media sonrisa se dibuja en su rostro, piensa que las gotas de lluvia son lágrimas que los dioses dejan caer por saber de su pesar, pobre ingenuo.
Un cuervo se acerca hacia él, se posa en su hombro. El cuervo porta un mensaje. Lo desata de su pata, el cuervo sale volando. -"Te espero donde siempre."

El cielo ha dejado de llorar, pero el frío sigue implacable. Las calles están plagadas de gente, pasean sumidas en sus pensamientos sin percatarse que a un metro por debajo de sus pies, las ratas, reproducen una imagen curiosamente similar. Solo una figura está quieta. Uno de sus pies apoyado en la pared en la que descansa todo el peso de su cuerpo sobre su espalda, la capucha de su sayo cubre su rostro. Observa cuidadosamente el continuo danzar de los demás. Alguien se acerca a él :
-"Has venido. ¿Llevas mucho esperando?"
-"No. Sabes que siempre acudo a tu llamada."
La cerveza va regando sus gargantas. Las conversaciones banales se suceden una tras otra. La presencia de uno hace al otro sentirse confiado, relajado hasta cierto punto. Hasta que la conversación se torna no tan banal.
-"No quiero seguir acudiendo a tu llamada. Al menos no durante un tiempo."
-"De acuerdo. Es más, toma esto."
Con una ligera tristeza vislumbrando en su cara, o al menos eso es lo que parece, deja una llave sobre la mesa.
-"Respeto tu decisión. Espero que algún día quieras volver a verme."
-"Yo siempre te querré ver. Espero que seas tu quien quiera verme a mi."

Gélida bienvenida le ofrece la celda a la que llama hogar. La penumbra inunda hasta el último rincón. Se sienta en el suelo. De uno de sus bolsillos, saca una llave que reluce por si sola.
Largo tiempo la observa...
Largo tiempo la observa...
Largo tiempo la observa...
Su razón no le deja comprender porque esa llave está en su poder. Las dudas no le dejan reaccionar. Su corazón produce un único latido. Las dudas se disipan. Introduce la llave en el candado. La gira lentamente. Respira hondo. El sonido de un clic ensordece la celda. El candado se abre. La cadena cae.
Apoyando sus manos sobre la pared se incorpora intentando alejarse de lo que en el suelo yace. Perplejo, no puede dejar de mirar el pesado objeto con el que cargaba. Profundamente respira mientras cierra los ojos. Se siente ligero. Da un primer paso. Quiere saber que se siente sin el peso que soportaba. Jamás le había costado tanto moverse. Una rodilla clava en el suelo. Una explosión de cordura le hace comprender que esa llave no era solo la llave que abre un candado. Esa llave es una invitación. Una invitación a la libertad. Una libertad por la que habrá que luchar. Una libertad por la que habrá que ir a la batalla. Una libertad por la que habrá que matar o morir.

Continuará...

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