sábado, 16 de febrero de 2013

En lo que tarda la luz en encenderse

He quedado con mi Pasado. A la misma hora de siempre, en el mismo lugar de siempre.
Hablamos, bebemos.
Hablamos, bebemos; bebemos, callamos.
Bebemos, nos miramos; bebemos, hablamos.
Nos vamos.

De vuelta en mi celda enciendo la luz, la oscuridad despierta y me abraza. Fotos. Fotos en mi pared avivan la llama de mis recuerdos. Mi cabeza da vueltas, intentando seguir el movimiento de mis ojos, intentando estos seguir el deambular de mis recuerdos, que danzan a mi alrededor.

Te veo. Sí, te veo a ti. A ti que estás leyendo esto. Tiendo mi mano en un intento absurdo de alcanzarte para poder tocarte. Al hacerlo mis dedos difuminan tu recuerdo. Te desvaneces en la niebla de mi memoria. Me acuerdo de ti, no de porque me acuerdo de ti.

Ahora apareces tú. Sí, tú. También se que tú lees aquello que escribo. Vienes con más gente. Se quienes son. Me invitáis a seguiros en la perdición de la obnubilación de la búsqueda del placer, o en lo que creíamos que podía serlo. Nos perdemos. Al final del camino volvemos a estar solos tú y yo. Como aquella vez. Como cada vez. Como siempre.

Los filamentos de la bombilla terminan de calentarse y la luz inunda mi celda. La oscuridad me libera de su abrazo. Cuelgo el abrigo. Me despojo de toda mi ropa, dejando que yazca amontonada en un rincón. Me voy a la cama.
En la pared vuestras fotos.
Las miro.
Apago la luz.
La oscuridad me abraza.
Mi pasado también.

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