miércoles, 4 de junio de 2014

Ajedrez

Peón blanco a B3. Empieza la partida de un lento e interminable juego. ¿O era peón blanco a D4?
No me acuerdo la verdad, hace demasiado tiempo que dio comienzo esta partida, o tal vez no tanto, no sé. Depende de que partida estemos hablando, si de la gran partida, o de alguna de las partidas derivada de esta.
Seguramente será de una de las derivadas, ¿de cuál? Pues está claro, de está que os estoy hablando ahora.

Es una partida extraña. No sé que soy, si peón, alfil... Rey, soy el rey. No, eso no. Yo rey, que va. ¿O tal vez sí? Tal vez, pero solo tal vez, sea la pieza que me apetece ser, o más bien, la que me dejan ser.Ya lo dije antes, extraña partida, aunque más extraño es el tablero.

Muevo pieza. Caballo negro B8 a C6. Espera. ¿Ahora soy negras? Espera, espera. ¿Ahora soy jugador? Estoy empezando a perder la cabeza, estoy mezclando partidas.
Alfil caído. ¿Qué? Pero bueno, la partida sigue sin mi, no se detiene. Entonces, ¿por qué cuando estoy presente transcurre tan lenta? Tan soporífera que me entran ganas de abandonar. Levantarme de la mesa y dejar todas las malditas piezas a su suerte. Conseguir nuevas piezas, jugar en otro tablero, empezar un nuevo juego.

Sigo sentado a la mesa. ¿Por qué? No importa el por qué ahora. Sigo sentado, esperando el siguiente envite. Cavilando estrategias que me lleven a decir "Jaque mate". Mientras tanto un peón se me suicida, y la reina abandona el tablero. Sorpresa, las piezas también juegan sus propias partidas, extraño ¿eh?
No hay llantos por las piezas caídas, las lágrimas son sesgadas al nacer, aquí no hay sitio para lamentaciones. La partida sigue.

Con o sin fichas, en este tablero o en cualquier otro, con jugadores o sin ellos, la partida sigue y siempre seguirá. Aunque nadie quede para verla, la partida sigue.
¿Lo mejor de todo esto? Lo mejor es que en realidad yo no sé jugar al ajedrez.

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