sábado, 30 de marzo de 2013

Compasión



El oscuro amanecer vuelve a despertarme, es hora de volver  a ponerse la armadura, afilar la espada y partir a la batalla.


Emprendo camino, pocos pasos he dado cuando algo detiene mi avance. Una pequeña y frágil mano aferra mi tobillo. “Mi señor, piedad por favor, piedad mi señor.” Sus labios agrietados por la desidratación, sus huesos marcados por la hambruna, sus heridas infectadas por la podedumbre. “Piedad, mi señor.”
 
¿Qué hacer?¿ Compadecerme? 
Darle de beber, ofrecerle comida, curar sus heridas y despejar su camino para que vuelva a el. 
¿Apiadarme?
Clavar la punta de mi espada en su cabeza y liberarle de su agonía.

Vuelvo a caminar, en el primer paso su mano suelta mi tobillo. Podría haber sido honorable y compadecerme, podría haber sido piadoso y acabar con su sufrimiento. Pero olvidé lo que la compasión es, y no acarrearé las consecuencias que la piedad conlleva.

Lo triste de esto no es el destino de esa alma, ni la decisión tomada o no por mi. Lo triste es que no es la primera vez.

Si has venido a luchar, lucha y vive como un guerrero, y si no, muere como tal.

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